Por Beatriz Diuk.
“Las palabras no se presentan sueltas sino en contexto y con sentidos: etiquetas, rótulo, listas, mapas, índices son todos textos de palabras muy sencillas que permiten recuperar la función social de esos textos.”
Y nos preguntamos:
¿De verdad estamos diciendo que las palabras “fuera de contexto” no tienen “sentido”?
Mamá. Papá. Hermana. Luz. Belleza. Tristeza. Calor. Montaña. Mate. Río. Playa. Fogón. Amigo.
¿Realmente las palabras no son significativas? ¿Realmente estamos diciendo que las palabras son solamente aceptables en su rol utilitario, como etiquetas o rótulos? ¿Es esa la magia que ofrecemos a nuestros niños y niñas?
Las palabras son el corazón del lenguaje. La biografía de Sartre se llama Las Palabras. Escuchemos al poeta[1]:
La palabra: ese cuerpo hacia todo.
La palabra: esos ojos abiertos.
Pero, además, las palabras encierran el secreto del sistema de escritura. El sistema de escritura se hace realidad en cada una de ellas. Nuestro sistema de escritura es un sistema alfabético. Esto significa que está organizado en torno al principio alfabético, el principio que establece que, más allá de algunas excepciones, a cada sonido de nuestras palabras orales le corresponde una letra escrita. Y ese principio, ese gran “secreto” de la escritura, esa construcción milenaria de la humanidad, se encarna en las palabras.
Es por ello que las palabras, corazón del lenguaje, son también el corazón del dominio del sistema de escritura. No de todo el proceso de alfabetización, claro que no. La alfabetización es mucho más que entender el funcionamiento del sistema. Pero si no entendemos cómo funciona el sistema, si no sabemos leer y escribir palabras de manera autónoma, nunca seremos verdaderos lectores y escritores autónomos y autónomas.
Y las palabras no necesitan de los textos para tener mayoría de edad en nuestras aulas. Las palabras valen por sí mismas. Por su belleza. Por su capacidad de evocación. Y también porque son los ladrillos sobre los que se edifica el aprendizaje de la escritura. Mate antes que madre, porque los sonidos de mate se “desprenden” con mayor facilidad. Luna antes que lunar, porque esa “r” final es difícil. Sirena antes que cielo, por eso de la ortografía.
Palabras para sentir, palabras para evocar. Pero, fundamentalmente, palabras para realizar una de las acciones más significativas en la vida de un niño o una niña: aprender a leer y a escribir.
[1] Roberto Juarroz, “Sexta poesía vertical”, en Poesía vertical, 2005.